El embrujo de su mirada

Sábado, 11.30 pm, buena hora para llegar. Mientras los muchachos fueron a dar una vuelta a mirar si ya había alguien de la oficina adentro, yo me quedé un rato en la entrada conversando con el fiscalizador de la municipalidad y con el administrador de Explosión, la venta de entradas iba bien, sería una buena noche, todos quedarían contentos. En esas estaba cuando de una manchita de huambrillas que entraba ví que una gatita me miraba un segundo más de lo debido, la miré a los ojos y no bajó la vista, «Hola» me dijo, respondí pero ya estaba pasando, ya estaba volteando yo la cabeza para mirarla cuando oí un «tío» que me resultó familiar, miré adelante y era uno de mis sobrinos con su grupo, me saludó y me dijo que vaya por donde iban a estar. Haciendo un rápido conteo noté que ahí sobraban chicas. Bueno pensé, no sería difícil encontrarlos.

En eso los muchachos regresaron y me llevaron a un costado del escenario, empezábamos en serio, una caja entre cinco. Por los parlantes la voz de Ofelia empezaba a cantar una de las favoritas de la multitud: «Había una vez, en mi pueblo un matrimonio … «. Conforme se consumía la cerveza los pies me empezaban a picar, nadie con quien bailar. Con el pretexto del baño fui a buscar a mi sobrino, él me vió antes que yo a él, me llamó y me acerqué. Me presentó a su gente y .. oh sorpresa, ahí estaba la gatita «Al señor ya lo voy viendo dos veces» dijo riendose. Era guapa, y su sonrisa la hacía mas bella aún, su aspecto era casi el de la iquiteña típica, piel y cabello claros, delgada como una top model pero con unas curvas admirables. Mi sobrino dijo lo que no hacía falta decir: «Te presento una chica con pechonalidad», pero los que me impresionaron fueron sus ojos: enormes, profundos como para perderse en ellos y pícaros como para caer en su hechizo en forma instantánea. Definitivamente iba a ser una buena noche pensé. Una salsa empezó a sonar y mi sobrino practicamente nos empujó a la gata y a mí a bailar, ninguno de los dos esperó a que se lo repitan, la Salsa empalmó con un merengue, el merengue con una cumbia, la cumbia con una technocumbia. Diablos, sudaba a chorros, pero con una pareja así no era cosa de hacerse el exquisito por algo tan trivial como el sudor. La música finalmente se detuvo y regresamos al grupo a mojar nuestras gargantas, pero ni bien lo hicimos empezaron los acordes de «El idiota» otra de las favoritas de la gente. Yo sólo sentí un gritito y una mano que me cogía y ya estaba bailando de nuevo, y otra canción, y otra y otra. Como todo el grupo bailaba la cerveza pasaba de pareja en pareja. La música se hacía más frenética por momentos y «Gavilán» fue bailado así, frenéticamente.

En el momento del descanso ví que uno de los muchachos me buscaba, le pasé la voz, «Jefe, ya pues» me dijo, «Ahorita voy», «Franco, te esperamos», miró a mi costado y luego a mi. Cómplicemente le guiñé el ojo y se fué, no sin antes alzar su pulgar en señal de aprobación. Como esa pieza no la estábamos bailando, pensé que era el momento apropiado para ir donde los muchachos. Le dije a la gata que me acompañara, pero dijo que no, que estaba con sus amigas y que no las podía dejar. «Ya te estás queriendo escapar, ¿di?», «No, por éso quiero que me acompañes», «No pues, acá estoy bien, ven, vamos a bailar». Ni modo de decirle que no, más aún si se trataba de un vallenato, ¿Han bailado uno?, no los de Carlos Vives, si no ésos de pueblo, llenos de lugares comunes sobre la las mujeres y el amor, es decir, una invitación al agarre, ¿No?, bueno, la cogí de la cintura y ella se colgó de mi hombro, dos a la izquierda, dos a la derecha, no era bajita, casi de mi talla, fácil bordeaba el metro setenta, en la práctica esto significaba que no tenía que encorvarme para estar «Cheek to cheek». La música seguía sincopadamente y yo tratando de no perder el ritmo ni la emoción del momento he olvidado qué le murmuraba al oído, sólo recuerdo que cuando la canción acabó nos quedamos un ratito más en la pista besándonos.

De regreso en el grupo nadie quiso volver a bailar, nos quedamos conversando y al rato le dije si no me iba a acompañar donde mis amigos y volvió a decir que no. Bueno, tampoco era como para ponerse terco. «Entonces ya regreso» le dije, y a mi sobrino le hice una seña de que ya volvía. Habré caminado unos seis o siete pasos cuando sentí que me cogían de la mano «Ya pues te acompaño, pero no me dejes», ya se imaginan que gesto hice mentalmente. Mi regreso a donde los muchachos fue practicamente ovacionado. «El lobo», «Buena lobo», la gente estaba embalada, ya no era el jefe, era un pata más. El grupo había crecido y la chela también, ya iban por la segunda caja, y corría a una velocidad asombrosa. Cuando las primeras notas del «Toma que toma» sacudieron los parlantes, la gata me sacó a bailar ahí nomás, los muchachos hicieron una rueda y caballero tuve que darle hasta el piso, una y otra vez. Por supuesto luego de éso nos sirvieron a vaso lleno. Tomamos y emprendimos el regreso al otro grupo, por el camino me crucé con varios conocidos, saludos y más saludos. Realmente parecía mi fiesta. Por ahí algunas miradas desaprobadoras de algunas señoras es cierto, pero soy un hombre libre y no tengo que darle explicaciones a nadie.

Contar el resto de la fiesta sería repetir lo ya dicho, estuvimos saltando de grupo en grupo, divirtiéndonos con todos y a la vez disfrutando de la mutua compañía, bueno, yo por lo menos disfrutaba de sus miradas seductoras y sus besos cada vez más apasionados. Tampoco contaré el resto de la noche que sólo nos pertenece a los dos. Pero, maldita seas Iquitos, realmente estás usando tus mejores armas ¿No?. Con despedidas que más parecen bienvenidas ¿Quién no quisiera quedarse?.

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