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Amazonía desforestada

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Bueno, realmente no es una foto de una zona recientemente desforestada, es tan sólo la foto de un camino en el pueblo de Santo Tomás en las afueras de Iquitos, pero es una muestra de lo que le puede suceder al frágil suelo de nuestra amazonía si no lo cuidamos y ponemos todo de nuestra parte para que el ecosistema que se basa en él se mantenga vivo.

San Rafael, Loreto

No he tenido oportunidad de estar en la comunidad de San Rafael, Loreto. Sí he pasado por su orilla en mis viajes por los ríos de esta tierra, pero nada más. Así que revisando blogs me resultó muy agradable encontrar este video de la gente de NAPA dedicado a San Rafael, su gente y la biodiversidad amazónica. Es un video orientado hacia los niños, pero vale la pena darle un vistazo, disfrutar de sus imágenes, de las palabras de nuestros futuros biólogos y de la música de fondo. Y claro, conozcamos nuestra selva.

Biblioteca Amazónica

Biblioteca Amazónica, 1

Biblioteca Amazónica, 2

Estas fotos corresponden a los ambientes de la Biblioteca Amazónica de Iquitos, se encuentra ubicada en un segundo piso a escasos metros del local de la prefectura del cual hablamos en este otro post.

Biblioteca Amazónica, 3

Biblioteca Amazónica, 4

Biblioteca Amazónica, 5

Lo malo es que no verán fotos de libros, pues éstos se encuentran bien resguardados y protegidos de los rigores del clima loretano. Sin embargo es una de las mejores bibliotecas en el tema amazónico y lugar obligado de visita para estudiantes e investigadores.

Biblioteca Amazónica, 6

Biblioteca Amazónica, 7

Cosmovisiones Amazónicas

Y este jueves es de… reciclaje; Cosmovisiones Amazónicas fue un post publicado el 27 de marzo del 2005 en Surfing el Amazonas, y lo reciclo para no dejar de postear sobre Iquitos, Loreto y sus cosas.

En el suplemento Dominical de El Comercio del día de hoy domingo 27 de marzo del 2005, sale una reseña a un libro recientemente reeditado por la Fundación Telefónica: El ojo verde – Cosmovisiones amazónicas 1, con ensayos del historiador Pablo Macera, los antropólogos Carlos Dávila Herrera, Alberto Chirif, Fernardo Santos Granero, Alexandre Surrallés y el historiador de arte Luis Eduardo Wuffarden; además de fotografías de Alejandro Balaguer, Billy Hare, Roberto Huarcaya, Heinz Plenge, Joaquín Rubio y Walter Wust, entre otros. Por lo que se extrae del mismo vale la pena darle una lectura completa, y no seguir pensando tan despectivamente en las tribus de nuestra amazonía.

Para los ashuar -pueblo perteneciente a la familia lingüística de los jíbaros- el mundo de la Tierra y el mundo de arriba estaban en un tiempo remoto comunicados entre sí por una gran soga, y los hombres podían subir a través de ella para conversar con sus pares celestiales; por eso eran sabios y poderosos. Pero un día Nantu, el hombre Luna, que se había casado con una mujer llamada Ayaymama, se peleó con ella y cortó la soga para evitar que ésta lo siguiera hasta las alturas. Desde entonces, Nantu vive solo en las alturas y los hombres ya no pueden conversar con el mundo de arriba. En una variante shipiba es el padre Sol el que manda cortar la escalera enfurecido porque la gente se portaba mal y desobedecía las reglas. Entonces como castigo separó a los hombres terrestres del «mundo maravilloso».

Por eso los ashuar y los shipibos, como la mayoría de las etnias amazónicas, necesitan de sus «chamanes» y sus «vegetales» para viajar hacia ese mundo perdido, plantas como la ayahuasca, el tabaco, la coca, la cahuana, el ampiri o el macerado de yuca, les permiten transportarse a los territorios celestiales o a mundos subterráneos, acuáticos e invisibles, a conversar con los seres fabulosos que los habitan y que rigen el orden de todo lo conocido.

Los shawi dicen que a través de los rituales ayahuasqueros obtienen información y sabiduría: saben qué comidas cocinar, cómo deben tomar el tabaco y qué cantos deben emplear para llamar a los espíritus; los boras los utilizan para obtener los permisos de los «dueños» de los animales y plantas para tener una buena caza, una pesca abundante y grandes cosechas; y los asháninka los emplean para curar y hacer magia: «si el tabaquero o el ayahuasquero quiere comer o destruir o tragar carne de gente, toma raíz de nube para convertirse en aire. Viene suavemente, entra en la casa, aunque la persona visible la haya cerrado toda; cuando entra toda la nube puede convertirse en tigre grande. Fácilmente va a terminar comiendo a los niños y a la mujer de la casa y nuevamente vuela y sale convertido en nube», cuenta Oshipiyo Iriooshi, poblador de la comunidad de San Pablo Tres Unidos, de la provincia de Oxapampa. Esta conexión chamánica entre la realidad y lo invisible, entre los hombres y la naturaleza viva, rige la vida social y religiosa de las comunidades nativas y recorre todos los relatos que contiene El ojo verde, cosmovisiones amazónicas, un libro, editado por la Fundación Telefónica, que nos guía -con espléndidas imágenes y fotografías- por el imaginario de los catorce pueblos principales de nuestra Amazonía.

Si hay algo que la mayoría de estos pueblos comparte es la idea de un mundo plano, como una isla que flota sobre una gran poza de agua. (Solo los shawi dicen que el mundo es ovalado «como el panal de las avispas» y los boras lo asocian a la forma del seno de una mujer). Sobre este mundo y debajo de él se levantan y acuestan mundos paralelos que pueden ser «esferas», «lugares», «espacios» o «soles». Los wampis creen que este mundo acuático está habitado por los tsunki, seres que viven bajo el agua así como nosotros lo hacemos en la tierra. «Los tsunki consideran perro a una boa, chancho a un zúngaro, gallinas a diferentes tipos de peces y de vez en cuando salen a la superficie a casarse con humanos», dice Gerardo Petsaín, wampi del río Santiago.

Los shipibos creen que al inicio el mundo era una solo, pero que el padre Sol, viendo que sus hijos eran desobedientes, los castigó con el diluvio, salvándose sólo un shipibo cuyos hijos se convirtieron en aves de mal agüero y su mujer, en termita. Después de este mundo inicial, la Tierra quedó dividida en cuatro espacios: el mundo de las aguas, Jene Nete, habitado por su espíritu guardián; nuestro mundo, Non Nete, donde están los animales que comemos, las diferentes plantas, los árboles, los minerales, las aves y cuantos seres vivientes existen; el mundo amarillo, Panshin Nete, el de los pecados y los espíritus malos; y el espacio maravilloso donde está el Sol, Jakon Nete. Este es el mundo al que llegan después de la muerte las almas seleccionadas que se han conducido rectamente en la vida. Si un shipibo ha tenido un comportamiento indigno se convierte en tigre o caimán, y si una mujer ha sido adúltera se transforma en carachupa (armadillo).

Contrariamente a lo que se piensa, las cosmovisiones amazónicas tienen semejanzas con varias ideas míticas occidentales. Esa noción de la tierra plana asentada sobre un pozo acuático, donde habitan espíritus poderosos y malignos, se parece en algo a las creencias del hombre cristiano del medioevo, como bien apunta Fernando Santos Granero, en la apertura de este volumen. Aunque eso no quiere decir que los nativos amazónicos se hayan quedado suspendidos en una etapa premoderna; por el contrario, estos conocimientos ancestrales, aparentemente mágico-religiosos, les han servido para traspasar los siglos sin dañar un ecosistema que es hoy una inmensa riqueza natural, en reservas de agua por ejemplo. La creencia de que existen espíritus que son los «dueños» de animales y plantas y que se debe dialogar con ellos para cazar los animales o para sembrar chacras, sin excesos ni maltratos, ha sido vital para que puedan remontar el tiempo sin consecuencias funestas para un hábitat natural hostil, pero esplendoroso, algo de lo que no puede jactarse el hombre occidental. «Cuando el hombre consume mucho de la naturaleza y no da nada a cambio, el brujo llama a la piraña gigante para que su espíritu le devore el corazón», dice un mito de los bora. Este libro es un aporte para que Occidente mire a la Amazonía con otros ojos y, por qué no, para que aprenda algo acerca de su ancestral sabiduría.

No existe información precisa de cuándo se empezó a poblar la región amazónica peruana. Se estima que entre los años 3000 y el 2000 a.C comenzaron a llegar los primeros pueblos jíbaros después de un largo viaje desde el Caribe hasta quedar alojados en los límites actuales del Perú y Ecuador. Desde la cuenca del Magdalena (Venezuela) avanzaron los arawak para llegar a la selva central y el Urubamba. Desde el Brasil central y en oleadas sucesivas llegaron los pano a fijar su residencia en la cuenca del Ucayali, junto a shipibos-conibos, yaminaguas, matsés y los tupí-guaraní. Los catorce pueblos principales de la Amazonía ocupan el 59 por ciento del territorio nacional.Un comentarista en mi post original hizo notar que la cuenca del Magdalena es en Colombia y no Venezuela tal como pueden comprobar acá. Para que visiten: la web El Ojo Verde. En Ideele el texto que preparó el antropólogo Alberto Chirif para el libro El Ojo Verde: ¿Minorías étnicas o pueblos indígenas?. El post Ojo Verde – Cosmovisiones amazónicas en la Bitácora Almendrón. La primera imagen la obtuve de la web Universiando y es una pintura contemporánea no identificada en el sitio mencionado. La segunda imagen la obtuve de la web El Ojo Verde y corresponde a un dibujo de A. Butuna, de la etnia Kichwa del Pastaza y representa al «Yaku-runa, «dueño» del agua, está sobre el lagarto, que es su canoa. Atrás dejó sus zapatos, los peces carachama.»

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Norma Panduro – Chamana

A éste sábado le tocó ser de reciclaje; Chamana fue un post publicado el 4 de marzo del 2005 en Surfing el Amazonas, y lo rescato a propósito de… nada en particular, lo vi y recordé Iquitos, motivo suficiente para mi.

Tiene razón Miguel Ángel Cárdenas M. cuando en nota publicada en
El Comercio del 3 de marzo, habla de que son pocas las mujeres «chamanes» en nuestra amazonía, pero es evidente que las pocas que hay valen por muchas. A continuación parte de la nota.

Aquí los sueños no se hacen realidad. Las realidades se hacen sueño. Aquí Norma Panduro se convierte en una Beatriz dantesca que te llevará al País de Siempre Jamás; donde tus ángeles y demonios se aparearán como mantis religiosas. Tienes que ser un sastrecillo valiente aquí: en el batiscafo del ayahuasca. En un desvío del kilómetro 45 y medio al costado derecho de la carretera que va de Iquitos a Nauta hay una trocha en forma de serpiente durmiente, que conduce en hora y media de caminata en selva no desflorada a la clínica naturista de la chamana. La rara ave más prestigiosa de Iquitos, rara porque el mundo chamánico suele ser también patriarcal y ave porque los que participaremos con ella de una «mareación» (nombre técnico del viaje al subconsciente en ayahuasca) la veremos convertirse en águila.

El camino a su hogar-hospital-templo es recorrido siempre por turistas místicos (se pueden contar sobre todo franceses, alemanes, estadounidenses, suecos «en búsquedas»). Este camino angosto, donde se te estrellan mosquitos como balas de salva, también es hollado por médicos y académicos, como el doctor José Torres Vásquez, el ex rector de la Universidad Nacional de la Amazonía, quien hizo que Norma diera charlas magistrales allí. Y quien gracias a la planta logró controlar a sus estudiantes de ultraizquierda. (Una vez llegaron para ‘ajusticiarlo’ y él los invitó a una sesión de ayahuasca. «Dijeron que estaba loco», pero bebieron la planta de la paz). También llega Fernando Pinto Blanco, el director de la maestría de Medicina Natural de la Facultad de Medicina de la Universidad Santiago de Compostela; quien se llevará a Norma aEspaña. (Ella se guarda el nombre del político que la visita y del sacerdote que prueba ayahuasca como un café de fe).

A mi costado marcha Néstor Aguilar, el psiquiatra director del centro de rehabilitación para enfermos mentales de Iquitos, quien va a tomar pruebas psicológicas a los ayahuasqueros que han superado la depresión, la ansiedad y sobre todo a los que se han rehabilitado de la drogadicción. «Es sorprendente». Hay cada caso «curado» por la planta que las historias se expanden como mitos urbanos. Por ejemplo, la sanación corporal de un inglés que carecía del sentido del olfato o la emocional de una suiza que superó sus traumas por una violación. Al llegar al territorio de la curandera se observa una construcción piramidal de ocho por doce metros, con tablas de un árbol llamado aripay y donde las puertas están cardinalmente escindidas como una brújula. Es el epicentro del ayahuasca. Adentro, Norma Panduro se viste con su tocuyo y se refuerza con su tabaco negro.

Norma Panduro haría el jardín de las delicias de las feministas. Si alguien se perdiera por la selva de Nauta se espantaría de ver a una mujer que es capaz de caminar sola, en las noches, con su machete, sin miedo ni a sí misma. Es la misma mujer que no tenía represión sexual alguna («yo me hacía mis anticonceptivos de piri piri»), ni aun ahora a sus 61 años, en que mantiene a sus dos nietos huérfanos. Norma se separó de un hombre que no entendía su trabajo y se casó con otro que sin problemas cocinaba, lavaba y planchaba mientras ella viajaba astralmente.

Imaginemos su voz como una piedra cayendo por una catarata: «Tenía 17 años y sufría de un cáncer al pulmón. Los médicos le dijeron a mi mamá que me trate con cariño para que muera en paz. Pero mi mamá no se resignó y me llevó a Pucallpa, porque un hermano suyo conocía a un médico shipibo. Cruzamos el Amazonas y encontramos al chamán Adán Silva. Él me ‘chacapeó’ (la chacapa es un instrumento musical hecho con cortezas) y me dijo: Yo te voy a curar. Me hizo un tambo a 200 metros de su casa, con hojas y palitos donde dormía yo solita, e hice una dieta con chapo de plátano y pescaditos chiquitos. Me hacía más flaquita, pero durante mi tratamiento me sentía más fuerte. Bebía ayahuasca dos veces por semana y veía cómo médicos de otros tiempos y otras dimensiones venían a curarme. A los seis meses me dio de alta. Me fui a sacar mi radiografía y el médico me dijo que por qué lo hacía perder el tiempo si no tenía nada».

Ahora imaginemos su voz como la lluvia estrellándose en el pasto: «Le dije, mamá, me voy con Adán. Pero si ya estás curada, no seas loca, me dijo. Pero me rebelé y me fui para aprender a ser chamana. Y estuve sola con las plantas, que en visiones me enseñaban sus poderes, y a cantar icaros». Los icaros son los cantos del chamán que nos libran de nuestra Perséfone interna cuando nos besa y birla el alma y nos hacen vomitar (es una metáfora física de limpieza psicológica y espiritual). Con esos cantos, que calcan sonidos de animales y de espíritus, Norma entra en las visiones de sus pacientes. Y los acerca a Dios: «Creo en él porque con la planta se está más cerca suyo. El diablo no existe, son solo energías negativas. Y trabajo el miedo, que es el temor a encontrarte con tu yo. Al ayahuasca no le puedes mentir». Pero no solo es una detectora de mentiras, la planta también es una máquina del tiempo. Y constatarlo casi le cuesta el aura a Norma.

Imaginemos su voz como un volcán erupcionando en el mar: «Yo tenía una hijita de 18 años, preciosa e inteligente. Pero un día tuve una visión, vi que la estaba velando en un ataúd, y le rogué a Dios que no fuera cierto. De repente, tres meses después, para su cumpleaños, ella preparó un cebiche y al terminar de comerlo le agarró un cólico. La llevamos al seguro, le encontraron piedras en la vesícula y decidieron operarla. Yo le dije que no, que se fuera a Lima, donde hay mejores especialistas. Pero no me hizo caso. Salió bien de la operación y me dijo: ya ves, mamá. A los 15 días, a mi hijita le agarró una fiebre alta. El médico me dijo que solo era un virus. Yo le dije que era por culpa de su mala operación. Pero cómo sabe usted, acaso es médico, me dijo. A mi hijita la operaron y salió muerta. Casi me suicido, blasfemé de Dios, pero la planta me reconcilió con el divino y curó mi cuerpo y mi espíritu».

Ha terminado la sesión. Son las cuatro de la mañana y quiero como dice César Calvo en «Las tres mitades de Ino Moxo»: nacionalizarme culebra. La tesis más sugestiva de lo que ocurre en un trance de ayahuasca la ha dado el antropólogo suizo Jeremy Narby en su obra «La serpiente cósmica». Siempre se ve serpientes. ¿Y qué forma tiene el ADN? Pues, serpentiforme. Según él lo que ocurre es un encuentro del ADN del vegetal con el nuestro. ¿Y qué hay en el ADN? Pues nuestra información genética desde que evolucionamos de piedras a humanos y la de nuestros ancestros (por eso podemos vernos en otras vidas y como animales, o ver lo que Jung llamaba el inconsciente colectivo). También la información sobre nuestras enfermedades y cómo curarlas.

El chamán sería alguien, entonces, que puede decodificar serpientes. Pero además en esta apertura del subconsciente aparecen esos traumas de niño que debiste olvidar en el consciente para que no te afecten, pero que superviven y te carcomen por dentro. Con el ayahuasca los ves otra vez y te curas como con el hipo: por susto. Y aparecen también espíritus, un tema para la parapsicología. Por esto es difícil llamarla alucinógeno (no hay distorsión de la percepción como con el LSD, sino una llegada a un estado de metáforas visuales). Los expertos la llaman «enteógeno»: comunión con la divinidad.

Lamentablemente, tal como dice acá, Norma Panduro falleció en el 2006. En la página de Amazon Ayahuasca encontrarán un perfil de ella con música, supongo, interpretada por ella misma en una de sus sesiones. La Wikipedia trae interesantes definiciones de Chamanismo y chamán. Los interesados en lo del Ayahuasca, las plantas y éste tipo de usos pueden visitar Plantas Sagradas y Enteogenas. Un par de fotos de Norma Panduro tomadas por Lorna Li, en su cuenta en Flickr; también pueden encontrar, entre otros, un set de fotos llamado Mayantuyacu – Ayahuasca Retreat Center, dichas fotos fueron tomadas en Pucallpa. También un par de videos de Norma Panduro en You tube. Las fotos de este post fueron extraídas de Amazon Ayahuasca y Iquitos Times.

Asesinato de tortugas

Leer cosas como ésta me indigna:

El Gobernador de Contamana, Manuel Ruiz Tuesta, informó que ya existe la decisión de parte de la Dirección General de Gobierno Interior, para destituir de sus cargos al Gobernador de Sarayacu y al Teniente Gobernador de Montebello, quienes fueron sometidos a procesos administrativos por negligencia funcional, al haber permitido que se consumara la ilegal comercialización de miles de huevos de charapa y el sacrificio de 350 tortugas de esa especie en el ámbito de la Reserva Nacional Pacaya – Samiria.

La misma autoridad dio cuenta que a nivel del Ministerio del Interior, se toman las medidas pertinentes para que en el futuro no se siga cometiendo este delito. La Dirección General de Gobierno Interior ya tiene conocimiento del flagrante delito contra la ecología y el medio ambiente, en el cual está sindicado como principal autor el guardabosque Genaro Bardales Vela, quien debió haber sido el abanderado de la protección de especies en vías de extinción como la charapa.

Lo más triste es que por más que los castiguen a esos malandrines nadie devuelve a la vida a esas tortuguitas ni hará que sus huevos eclosionen normalmente. Encima no creo que las penas por ese delito sean fuertes. Y lo peor de todo es que se trata de las autoridades del pueblo (Sarayacu) en combinación con el guardabosques de la reserva, quienes en teoría deberían tener mayor conciencia de preservación de las especies que otras personas.

Mi hija se siente felíz de haberse traido a su tortuguito, aunque tengo mis dudas con respecto a eso, pues su superviviencia no tiene impacto en la supervivencia de la especie, además es motelo y no charapa. (Igual es un hermoso tortugo).

La noticia original acá en el diario Pro y Contra que diariamente leo para estar al tanto de las novedades loretanas. (Me parece que no conservan un histórico de sus notas, motivo por el que la copio completa). La foto de las tortugas la obtuve del sitio del Yacuma Jungle Lodge, la del pueblo del mencionado diario Pro y Contra, y presumo que es una vista aérea de Sarayacu, un pueblo a orillas de un tributario del río Ucayali, en Loreto.

Belén: ¿La Venecia peruana?

Otra vez tocó que sea domingo de reciclaje; éste post fue publicado el 11 de febrero del 2005 en Surfing el Amazonas, y trata sobre una de las zonas más conocidas y pobres de Iquitos.

En algún momento se le pretendió llamar así (la Venecia peruana, o la Venecia del Amazonas) a éste barrio de Iquitos, pero nada mas lejos de la realidad. Si bien comparten el hecho de estar construidas sobre el agua no tienen punto de comparación. Sin alabar ni menospreciar a nadie claro. El Comercio publica una crónica de Miguel Ángel Cárdenas sobre este pedacito de nuestro pais.

Es el distrito más pobre de la Amazonía. En su zona alta es una ciudad-mercado calificada por el Indeci como una bomba de tiempo y en su zona baja, sobre el río Itaya, es una ciudad-pecera que soporta un mortal 90% de contaminación. En Belén la mesa no está servida. Pero las aguas sí: servidas para las enfermedades públicas y la mortandad infantil. Algo se pudre a quince minutos en mototaxi de la ciudad de Iquitos: el 90% de las aguas del río Itaya, el líquido-cimiento de Belén.

Este es un distrito de 830 hectáreas semiinundables, cuyas casas viven siempre en baño María. Estas son fabricadas de madera, generalmente de 7 metros de largo por 5 de ancho, con techo de hojas de irapay o yarina a dos aguas que hacen frente a las lluvias, los vientos y la famosa inundación de marzo a junio: meses sobre el torrente en precarias plataformas que se alzan a tres metros de la superficie, sostenidas por horcones. Plantados como cuartos del arca de Noé existen ‘minimarkets’, tragamonedas, colegios como el San Francisco de Asís, una iglesia católica de color de la cocona, una iglesia pentecostal de color carambola, una fábrica de hielo, talleres de mecánica, aserraderos y grifos que botan desaguisadamente sus residuos. También bares y ‘nigth clubs’ exclusivos para gays. Aquí todos aprenden a navegar en botes desde pequeños. Las barcas de siete metros -capaces de cargar tonelada y media de peso- son ‘tronco-móviles’ que transportan también constante madera y plátanos en esta ciudad que alguna vez compararon con Venecia, pero que -sin crudeza- es más una mezcla de La Parada con Marbella. A tres cuadras de su puerto principal hay un letrero que dice: «Prohibido pescar, aguas contaminadas». Frente a este cartel, un señor enjuto, de tos en pecho, anhela pescar algún sábalo o boquichico: «para dar de comer a mi familia».

Belén es una ciudad demasiado material: en la que el material rústico no soporta al material noble y en cuyas heridas nadie ha desinfectado la materia. Los baños son silos que descargan en el propio río. Una señora que rema con sus dos hijos come un mango y lo bota a las mismas aguas en que sus niños se arrojan para jugar y donde un pescado mutante que los pobladores apodan ‘badre’ se alimenta de los desechos. La gente cría gallos y chanchos cuyas deyecciones terminan en el mismo lugar. Belén parece sufrir de gastritis terminal. Las burbujas del agua recalentada por el sol de 40 grados se mezclan con el plástico de las gaseosas que la gente bota a mansalva. No hay cálculos de esta masa contaminante, pero no se puede nadar tres metros sin chocar con alguno.

La basura de la zona de Sachachorro es apocalíptica. El bestial olor convierte un ambiente de unos cien metros en una cámara de gas. El aire servido y las ganas de vomitar hacen imposible continuar. A lo lejos todavía puede atisbarse un kilómetro más de casas al costado de titánicos despojos flotantes en estanques. «La gente bota la basura desde puentes de la ciudad. Tengo 12 años aquí y cada vez está peor. Mi hijita de 11 años tiene dolores de cabeza por el dengue, antes ya tuvo cólera», reclama Giovana Rengifo Núñez, quien enjabona y baña a uno de sus hijos desnudo a unos metros de un montículo hediondo. Luego soba y restriega ropa en una tina y echa la lavaza al agua. Los medios nos ocupamos del mosquito del dengue cuando ‘viaja’ a Lima, pero en Belén hace décadas que el bicho vampiriza a la población, con sadismo. El contagio de malaria ya parece masoquismo. Por lo menos trece niños en una cuadra de Sachachoro tenían fiebre y mucosidades. Aquí la gripe sigue siendo una peste. El camión de la basura solo se atreve a pasar por tierra firme. Se puede acusar la negligencia del Estado, pero también la de la misma población. Si bien es un problema de ignorancia y miseria, lo mismo que en Lima el tirar basura a la calle, también es un suicidio del sentido de sobrevivencia y continuidad de la especie: ensuciar para ensuciarse (hasta morir).

A la entrada del caserío de San Andrés hay un letrero demagógico de un candidato político: «Por un Belén moderno», al costado de un árbol de la yuca. Tras él ya no hay alumbrado público. Una casa por aquí cuesta 200 soles. El calor de 38 a 40 grados aplana los sentidos. El desagüe de San Juan recibe a los visitantes. Es el cuarto de los nueve que inundan Belén con el detritus de Iquitos. Y su alcalde, Carlos Lozano, lo admite: «No tenemos datos estadísticos ni existen análisis de aguas, ni medición ni diagnóstico. Y tampoco hemos podido implementar sistemas de desagües, aunque los desechos bajen de caños colectores de la zona alta. Necesitamos un proyecto de cooperación internacional». Lo que sí parece hacer es campañas de vacunación constante contra las denodadas enfermedades infecciosas, respiratorias, de parásitos y a la piel. La población de niños y adolescentes se calcula en 23 mil, y casi ninguno se libra de la anemia.

Todavía nadie dice con todas sus palabras que Belén ya sufre de contaminación crónica; y que se encuentra en emergencia, no declarada aún, de salubridad. Mientras tanto, al atardecer, el crepúsculo adquiere una belleza desalmada, que acompaña la llegada de los delincuentes y drogadictos de la zona alta, en casas tugurizadas que se incendian con facilidad, ante la indiferencia inmemorial de las autoridades elegidas. Un cartel cerca de un antro reza: «Prohibido votar basura» (sic).

En los más de dos años transcurridos desde la publicación de esta nota la situación no ha cambiado mucho, hay otro alcalde pero… Hasta donde se dice la venta del cuartel Vargas Guerra para convertirlo en mercado y puerto podría mejorar la situación del distrito, pero no tengo noticias de que se concrete. Mientras tanto, Belén parece interesarle mas a los extranjeros que a los peruanos, encuentro bastantes posts en blogs en inglés sobre viajes a Iquitos y Belén siempre es mencionado, algunos de estos bloggers son misioneros de las iglesias protestantes norteamericanas que abundan en Iquitos. Ah, desactivé el enlace a la nota original pues ya no exite.

En el post The Slums of Belen (Los tugurios de Belén) hay 35 fotos que les pueden dar una idea aproximada del barrio. Por la parte peruana, en el post Belen: La otra cara de Paco Bardales encontrarán un reportaje televisivo de hace unos meses sobre Belén. Sobre lo del Cuartel y Mercado de Belén, Jaime Vázquez opina aquí, y Rubén Manrique pone un artículo aparecido en Ileperú acá. En plan de viaje Rolly Valdivia nos cuenta sus aventuras por Belén y otros sitios en De Iquitos su Aventura (Parte III). Y si se trata de fotos, en Flickr encontrarán un shunto (montón). Las fotos usadas para éste post fueron obtenidas de Flickr y usadas bajo una licencia Creative Commons.