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Crisis política y corrupción en el Perú

Los Más Corruptos del Perú

Imagen tomada de la web Encuestas.com.pe.

Este 2018 la pugna política entre dos poderes del estado, el ejecutivo y el legislativo, se agudizó con una serie de hechos de corrupción que llevaron a la renuncia del presidente Pedro Pablo Kuczynski y a la posterior asunción al mando del vicepresidente Martín Vizcarra. Luego el tercer poder del estado, el judicial, se volvería también parte de la crisis política al darse a conocer una serie de audios que evidenciaron la profunda corrupción enquistada en dicho poder, muy relacionada con el fujimorismo que maneja el poder legislativo.

Aunque las protestas en las calles no han sido tan constantes ni tan generalizadas como en ocasiones anteriores, la ciudadanía está lejos de permanecer indiferente. Los niveles de aprobación del congreso, la clase política en general y sobre todo de Keiko Fujimori, la líder del partido con mayoría congresal, están por los suelos. Una señal quizás de esta desaprobación fue que la transmisión televisiva de las audiencias del pedido de prisión preventiva para Keiko Fujimori por lavado de activos para su campaña presidencial del 2011 fue muy sintonizada no sólo en domicilios si no en lugares públicos como restaurantes y otros, desplazando a novelas y programas de entretenimiento.

El trasfondo de esa crisis y cómo se llegó a ella son temas que han sido tratados por diversos periodistas y analistas de opinión. Por ejemplo en marzo del presente año la periodista Sonia Goldenberg se preguntaba en el New York Times si la democracia peruana podría sobrevivir a la corrupción, acotando de paso que casi todos los expresidentes peruanos vivos están en prisión, en juicio o prófugos. Luego explicaba:

Un tema clave es que la falta de control sobre el financiamiento ilegal de las elecciones presidenciales, combinado con las estructuras extremadamente endebles de los partidos políticos, ha convertido a las campañas electorales en una vía fácil para que algunos aventureros recién llegados a la política se hagan millonarios incluso antes de conquistar el poder. Los candidatos presidenciales en el Perú han sido financiados por Venezuela y Brasil, y el financiamiento de este último llegó a través de la asignación de contratos de infraestructura pública a empresas de construcción brasileñas seleccionadas previamente. Con ese mecanismo puesto en marcha, no debe extrañarnos que los peruanos sigan eligiendo a mercenarios como presidentes.

Pero este no es el único tipo de corrupción presente. El abogado Diego García-Sayán explica a grandes rasgos cómo se organiza y actúa la corrupción recientemente descubierta en el poder judicial:

A diferencia de la corrupción centralizada y vertical de los tiempos de Fujimori/Montesinos (hasta el 2000), la actual está compuesta por varias esferas y redes de poder que van desde estructuras de clientelaje y tráfico de influencias recíprocas, corrupción en la emisión de decisiones jurisdiccionales, beneficios a personajes del sector privado, periodistas y a políticos.

El politólogo Alberto Vergara postula que la raíz de esta corrupción imperante está en el modelo político económico vigente en el país desde hace varios años, un modelo que privilegia el crecimiento económico por sobre el desarrollo institucional y el reforzamiento de la democracia. Vergara llama a este modelo el «hortelanismo», basado en el artículo “El síndrome del perro del hortelano” escrito por el expresidente Alan García.

Ahí explicó que nuestro principal problema era la abundante “propiedad ociosa” y que nuestra necesidad impostergable era la expansión de la gran inversión privada para poder transformarla en riqueza. Este programa de modernización encontraba, sin embargo, un escollo: ciudadanos que no comparten esta visión del progreso. Son perros del hortelano. Es decir, ya en el título del texto la ciudadanía aparece como un rival. Nuestro futuro, sostenía García, radica en “poner en valor los recursos que no utilizamos”, y concluía que esto es “lo único que nos hará progresar”.

[…] Pero el Perú de hoy también está constituido por aquello que el hortelanismo ningunea. La ciudadanía conceptualizada como enemiga del progreso dio lugar a que líderes e instituciones no gocen de legitimidad ni respaldo; el desinterés por las instituciones democráticas permitió que estas deviniesen en un bazar persa […]; la inexistente preocupación por el Estado de derecho descartó cualquier intento por eliminar el sarro que almacenaba el Poder Judicial.

Finalmente Vergara llama a hacer un balance de este modelo no sólo económico sino de estado, teniendo en cuenta cuán importante es lo que impide.

El gradual deterioro que ha generado la crisis presente, entonces, reside exactamente en aquello que el hortelanismo deliberadamente considera secundario, sino trivial: instituciones, Estado de derecho y ciudadanos. […] El hortelanismo nos paraliza porque las reformas que precisamos generarán necesariamente “ruido político”. Y para el hortelanismo esto es peor que la compraventa de sentencias judiciales. ¿Pelear para que desde la escuela niñas y niños interioricen la igualdad de derechos y oportunidades? No, hermanito, esa batalla va a costarnos un punto del PBI. ¿Defender la Constitución alterada ilegalmente desde el reglamento del Congreso? Eso pondría nerviosos a los inversionistas. […] El Estado de derecho y la democracia hacen sostenible el capitalismo; el capitalismo sin Estado de derecho solo segrega corrupción.

Es indudable que el país necesita cambios, a todo nivel y en diversas instancias. Con el próximo referéndum a realizarse el 9 de diciembre una parte de esos cambios podrían empezar a implementarse, aunque incluso así queda la duda si serán realmente los adecuados.

El cambio requerido implica también medidas de limpieza. El abogado José Ugaz cree que debemos aprovechar la oportunidad y hacer una purga de la clase política y autoridades del país.

Estamos indignados y esa indignación a veces nos lleva a gritar: “¡Que se vayan todos!”. Tal vez no todos, pero al menos la mayoría, que son los que nos han llevado a este punto. Cabe preguntarse si esa reacción pone en peligro la poca democracia e institucionalidad que tenemos. Pienso que no. Lejos de acarrear la muerte de la democracia y promover el populismo, esta debacle debe ser una purga efectiva que permita evacuar a todos estos elementos tóxicos de nuestro cuerpo social para purificarlo, quitándole lo inconveniente y superfluo. Estamos frente a una oportunidad única para construir una nueva clase política y renovar radicalmente el liderazgo en nuestro doliente y maravilloso Perú.