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Bolívar, ¿Gran libertador o gran dictador?

Simón_Bolívar_by_José_Gil_de_Castro

Simón Bolívar, óleo de José Gil de Castro. Imagen de Wikimedia, usada bajo licencia Creative Commons.

El Gran Libertador Simón Bolívar jugó un papel importante en los procesos emancipadores de cinco países latinoamericanos: Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela, y está considerado una figura histórica universal. Así mismo es padre o inspirador de la ideología llamada bolivarianismo, cuya versión más conocida y reciente es el llamado chavismo, y se le relaciona también con el concepto de Patria Grande, o unidad latinoamericana.

El pasado 24 de julio se conmemoró un aniversario más del nacimiento del libertador. En Venezuela, su país de origen, se celebró la ocasión incluso con el estreno de una película sobre la vida de Bolívar, pero en otros países como el Perú, la cosa no pasó de algunas ceremonias protocolares. Y es que en este país andino no hay un muy buen recuerdo de don Simón.

Antes de hablar del paso de Bolívar por el Perú, conozcamos un poco de su talante dictatorial. El conocido periodista Álvaro Vargas Llosa escribe en un artículo republicado en el blog del Centro para la Prosperidad Global de The Independent Institute, a propósito de la publicación de una nueva biografía del libertador en el año 2006, que Bolívar fue mejor caudillo que los demás líderes latinoamericanos de la época pero que precisamente «el caudillismo es todavía el corazón del problema latinoamericano».

José García Hamilton, un estudioso argentino de Bolívar, considera que el Libertador fue consistentemente dictatorial: “En su carta desde Jamaica (1815) y en la Convención Constituyente de Angostura (1819), Bolívar postula un sistema político con presidente vitalicio, una cámara de senadores hereditarios integrada por los generales de la independencia… La Convención de Angostura no aprueba este sistema para Venezuela ni tampoco la aprueba para Nueva Granada la siguiente convención de Cúcuta, pero luego Bolívar, en la flamante Bolivia, redacta personalmente una constitución con esas características, que luego es aprobada para el Perú. Luego pretende que ese sistema se extienda a la Gran Colombia, pero Santander rechaza que esa sanción se haga mediante atas populares, por no ser un procedimiento legal. “No será legal”, contesta Bolívar, “pero es popular y por lo tanto propio de una república eminentemente democrática”.

Un tema controvertido es el de la poca afección de Bolívar por los indígenas, casi cayendo en el racismo. En un blog anónimo, un estudiante reflexiona sobre un texto analizado en la clase de historia que recibió de la profesora Cecilia Méndez Gastelumendi.

Antes de llegar a Perú, Simón Bolívar tenía una visión del indigena idealista, influenciada por Rousseau y los pensadores de la ilustración. El indígena era un buen salvaje, apacible, solitario, “amigo de todos”, voluntariamente apartado de la vida política. Pero en 1822, atravesando los Andes, Simón Bolívar se enfrento a la rebelión de los pastusos, que acosaban a su ejército, usando técnicas de guerrillas. Desde entonces su visión cambio radicalmente: el ser apacible se convirtió en bestia salvaje, bruta, despreciada, degradado. “Esos demonios merecen la muerte”: si es que algo siguió constante en el pensamiento bolivariano, fue su visión de los indígenas como seres incapaces de una concepción política. Pero si no se apartaban voluntariamente de la sociedad política, solo la aniquilación podía resolver el problema. En eso, Simón Bolívar no invento nada, solo se unió al punto de vista de la elite criolla de Lima, atemorizada por la figura del “indio”.

Pero en el Perú más se le recuerda a Bolívar como quien desmembró el territorio patrio. Hugo Pereyra Plasencia, un historiador de la Pontificia Universidad Católica del Perú escribe en su blog que es necesario acudir a las fuentes primarias (cartas, periódicos, documentos oficiales) para que quede «claro que nosotros los peruanos le caíamos terriblemente antipáticos a Bolívar» y argumenta:

Desde las goteras de Charcas, desde esa pequeña aldea que era la Buenos Aires autonomista, desde la rústica Chile, desde los llanos de Venezuela, el Perú era visto como un monstruo, como una amenaza. Bolívar tuvo muy clara esta percepción y, de hecho, por eso hizo todo lo posible por crear un hegemón alternativo: la Gran Colombia, que estuvo integrado por las actuales Colombia, Venezuela y Ecuador, con pretensiones sobre Guayaquil y sobre el río Amazonas y su gigantesca área circundante. La Gran Colombia nació así como un contrapeso al supuesto peligro peruano.

De hecho, para la época del famoso encuentro de Guayaquil entre Bolívar y el General Don José de San Martín en 1822, ya el primero había declarado a Guayaquil bajo el protectorado de la Gran Colombia, lo que en la práctica significó su anexamiento a dicho país, aún cuando Guayaquil en ese entonces era territorio peruano. Pero eso no es todo, sostiene Pereyra:

En 1823, Bolívar llegó al Perú no tanto por dar la libertad a sus hermanos peruanos que sufrían las cadenas del absolutismo (idea que él siempre manifestaba de modo grandilocuente y, por supuesto, hipócrita), sino principalmente por el interés geopolítico de destruir de raíz lo que consideraba como una amenaza para la Gran Colombia, que él veía como la niña de sus ojos, su creación, la entidad que estaba erigiendo como un nuevo polo de dominio en América del Sur. Por eso se crea Bolivia, para cortarle las patas al “monstruo” peruano, no tanto por dar rienda suelta a la libre determinación y al anhelo de una patria boliviana en ciernes en la que, es cierto, muchos altoperuanos creían (pues nunca hubo unanimidad para unirse con el Bajo Perú dominado por Lima).

De la época que pasó Bolívar en el Perú también hay mucho que contar aparte de su labor militar libertaria que culminaría con la victoria de Ayacucho en 1824. El venezolano Antonio Escalera Busto relata lo que siguió:

Una vez completada la independencia peruana, Bolívar convoca de nuevo al Congreso Constituyente el 10 de febrero de 1825, al cual asisten 56 de los 79 diputados, la mayoría suplentes, de los cuales 9 era colombianos. Este Congreso nombra a Bolívar “Padre y Salvador de la Patria” y ordena que se erija la estatua ecuestre en la plaza del Congreso, donde está actualmente, así como el pago, como una “pequeña demostración de reconocimiento” de una recompensa al Libertador de 1.000.000 de pesos, cantidad que representaba, más o menos, la tercera parte del presupuesto anual del Perú de la época.

Luego su ya mencionada proclividad a ver con desprecio a los indígenas se hace patente:

En Perú existía una grandísima población indígena, no totalmente integrada a la cultura e idiosincrasia hispana, y que mantenía mucha de su cultura ancestral, la quechua y la aymara. Este estamento social no era, ni bien comprendido, ni bien aceptado por Bolívar. Sabemos que Bolívar, por sus correspondencias, emitía juicios racistas como este contenido en la carta que desde Pativilca le envía a Francisco de Paula Santander el 9 de enero de 1824: “Yo creo que he dicho a usted antes de ahora que los quiteños son los peores colombianos. El hecho es que siempre lo he pensado, y que se necesita un vigor triple allí que el que se emplearía en otra parte. Los Venezolanos son unos santos en comparación de esos malvados. Los quiteños y los peruanos son la misma cosa; viciosos hasta la infamia y bajos hasta el extremo. Los blancos tienen el carácter de los indios y los indios son todos truchimanes, todos ladrones, todos embusteros, todos falsos, sin ningún principio de moral que los guíe. Los Guayaquileños son mil veces mejores”

Así pues, no es de extrañar que sus actos de gobierno, ya instalado oficialmente como Dictador del Perú, también dejaran mucho que desear y en algunos casos fueran lesivos a la población indígena peruana:

En Abril de 1825, Bolívar, en uso de sus plenos poderes, dispone la anulación de la emancipación de los esclavos que había decretado San Martín […] el 11 de agosto de 1826, Bolívar implanta de nuevo el tributo del indígena, que ya había sido eliminado por los españoles a raíz de la Constitución de 1812, aunque después recuperado por el Fernando VII absolutista y definitivamente derogado por San Martín el 27 de agosto de 1821.

Algunos autores defienden el decreto de Bolívar por la justificación de proveer recursos a un Estado casi en estado de insolvencia. Que el Estado estaba casi en quiebra es cierto, pero no justifica que se recurriese a un tributo solo por la raza y no por la cuantía de la riqueza del ciudadano.

El venezolano Ramón Urdaneta, enterado de la poca devoción que se le tiene a Bolívar en el Perú, investigó en diversas fuentes y postea datos interesantes en su blog:

el economista e historiador Herbert Morote, lo tilda en calidad de “enemigo público Nº 1 del Perú”, pues “fue un hombre de derecha y no introdujo ninguna reforma social en el país… [mutila] nuestro territorio [incluso Jaén, Maynas y Tumbes iban a pasar a poder de Colombia, y Arica e Iquique, a favor de Bolivia”], instituyendo “el modelo militar ególatra” para perennizarse en el poder, al tiempo que Don Simón “cercenó al país más de 1.100.000 kilómetros cuadrados. […] Para echarle más leña el fuego el crítico historiador añade el estado de presión que Bolívar mantuvo en el Perú, mandando a fusilar a sus opositores, hasta por sospechas infundadas, desconfiaba de todos y el ejército era manejado por colombianos. A Bartolomé Salom el caraqueño en febrero de 1824 le escribe “Esto está lleno de partidos y todo plagado de traidores…. empìezan a tenerme miedo… se compondrá todo esto con la receta de las onzas de plomo…”. A lo que se suma lo escrito por el americano Hiram Paulding sobre que Bolívar le expresó que los “peruanos eran unos cobardes y que, como pueblo, no tenían una sola virtud varonil”.

Parece pues muy cierta la cita que reproduce Jorge Sayegh en su blog:

Jorge Basadre, el historiador peruano más reconocido, dice que Bolívar fue un romántico en 1804, diplomático en 1810, jacobino en 1813, paladín de la libertad en 1819 y genio de la guerra en 1824. Sugiere el historiador que en los años 1825 y 26 al Perú le tocó el peor de los Bolívares, el “imperator”.

Efectivamente no sólo Bolívar se hizo declarar Dictador por el Congreso, si no que impulsó y obtuvo en 1826 la aprobación irregular de una constitución vitalicia con el como presidente vitalicio. Sin embargo habiendo viajado Bolívar a Colombia su gobierno encargado no duró mucho y el Cabildo de Lima derogó en 1827 la constitución que tuvo una vigencia de sólo 50 días. En otro post Antonio Escalera Busto concluye:

Para el escritor peruano Félix C. Calderón el juicio de valor sobre Bolívar es: “El Bolívar que aparece con la lectura de sus propias cartas disponibles es un hombre ambicioso que comete el grave error de manchar su incuestionable trayectoria libertaria con los sueños de opio de una dictadura perpetua, aun a costa de volver a hipotecar la independencia de los pueblos que había supuestamente libertado. No es el santo varón desprendido y desinteresado, ni un demiurgo consumado que solo busca sembrar paz y concordia entre los pueblos; sino un habilísimo taumaturgo del lenguaje que ha descubierto en las palabras la mejor manera de ocultar sus non sanctas intenciones”

Como apunta el abogado Freddy Centurión: «La derrota de la Constitución Vitalicia en el Perú fue el comienzo del fin del Libertador. De allí en adelante su sueño se derrumbaría como un castillo de naipes, para ser condenado en Colombia al destierro y morir tuberculoso en 1830.»