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El hablador, de Mario Vargas Llosa

El hablador es la novena novela de Mario Vargas Llosa, publicada en 1987, luego de un año,1986, en el que tuvo bastante presencia en Lima, mediante el estreno de su pieza de teatro La Chunga y la publicación de su novela policial ¿Quién mató a Palomino Molero?, esto también sucedió casi en paralelo al momento en que empezó a ganar presencia de otro tipo por su involucramiento en la vida política del país debido a su oposición frontal al intento de estatización de la banca por el en ese entonces presidente del Perú, Alan García Pérez. Quizás por este último hecho la novela pasó un poco desapercibida y muchos le consideraron como una obra menor al momento de su publicación.

El hablador es parte del grupo de novelas que se desarrollan parcialmente en la amazonía peruana, a saber «La casa verde», «Pantaleón y las visitadoras» y «El sueño del celta». Paco Bardales, escritor y cineasta loretano escribió hace algunos años sobre la relación entre Vargas Llosa y la selva peruana. En su artículo resumió brevemente cada una de estas novelas, y es parte de ese resumen lo que cito a continuación:

«La Casa Verde (1967). Aún sorprende el hecho de que Vargas Llosa pudiera haber creado, con tan sólo un viaje a la zona, un fresco tan notable del infierno verde de Santa María de Nieva, del leprosorio de San Pablo, de los detalles coloquiales y materiales de la época. Pero La Casa Verde es más que eso, pues aunque fabula historias de contraparte piurana y costeña, expresa con maestría el dolor y la amargura de vivir en un mundo abandonado, donde la soledad, las enfermedades, las lluvias y los lodazales compiten con la terquedad y el instinto innato del hombre por la supervivencia, donde historias como las de Fushía, el mitayero Aquilino, el aguaruna Jum o las monjitas de la Misión combinan ficción y realidad, demencia y lucidez, en una novela estilísticamente perfecta.

Considerada como farsa y apólogo, Pantaleón y las visitadoras, escrita en 1973, trasciende el humor y la anécdota y explica, a través de un oficial del Ejército que por circunstancias de la vida se convierte en el más grande proxeneta de los ríos selváticos, los variados mecanismos de una sociedad aún en ese entonces apacible y pacata. La novela hace una de las mejores descripciónes urbanas de la ciudad de Iquitos que se haya escrito en la literatura contemporánea. A través de sus páginas, reconocemos estampas de una época, maliciosa e ingenua al mismo tiempo, potenciadas por el humor y caricaturizadas para expresar el carácter lúdico de una dinámica que se extiende y se ha extendido por tiempos remotos.

El sueño del Celta (2010) es uno de los libros más comprometidos de Vargas Llosa con el contexto. Porque rastrear la vida de Roger Casement es también referirse a uno de los protagonistas de una de las denuncias más brutales contra todo un sistema de explotación y crimen, rayando con el genocidio, que se cometieron contra miles de indígenas en la cuenca del Putumayo a principios del siglo XX. La historia parece haber reivindicado la figura de Casement y su gran trabajo de mostrar los horrores de la codicia y el poder absoluto en medio de la profunda Amazonía.»

Cabe mencionar también un apunte que figura en la biografía de Vargas Llosa en el sitio web del premio Nobel y que echa luces sobre el interés que la amazonía peruana generó en él en diferentes momentos de su vida, a partir de un primer viaje que realizó a la selva amazónica en 1958. «A diferencia de lo que suele ocurrir con los habitantes de la ciudad que descubren por primera vez los parajes remotos y selváticos de su país, donde aun habitan tribus indígenas distantes en el espacio y en el tiempo de la Modernidad, Vargas Llosa no encontró exotismo y armonía entre el hombre y la naturaleza sino despotismo, violencia y crueldad. La ausencia de ley y de instituciones dejaba expuestos a los nativos de la selva a las peores vejaciones y arbitrariedades cometidas por colonos, misioneros y aventureros, que llegaban a la selva a imponer su voluntad mediante el terror y la fuerza».

De hecho, la génesis de El hablador se rastrea a este viaje mencionado. Vargas Llosa en un pequeño prólogo para la reedición de El hablador del año 2007 menciona que «Ahí, en una cabaña del lago de Yarina, en Pucallpa, escuché a dos lingüistas norteamericanos, a los esposos Sneil, hablar de los contadores de cuentos machiguengas. Desde entonces, la imagen de esos primitivos habladores que recorrían los bosques llevando historias de aldea en aldea, manteniendo viva a una comunidad a la que sin el cordón umbilical de estas historias, la distancia y la incomunicación hubieran fragmentado y disuelto, me acompañó urgiéndome cada día más a fantasear una historia a partir de ellos. Lo hice muchos años después, luego de leer abundantes testimonios de folcloristas, etnólogos y misioneros dominicanos y de visitar, en la región del alto y medio Urubamba, las aldeas de los propios machiguengas».

Como en varias otras novelas de Vargas Llosa, el elemento metaliterario está presente mediante la identificación del narrador con el propio escritor. Por ejemplo Martina Vaculíková hace notar en su tesis sobre El Hablador que el capítulo VI del libro abre con la siguiente frase: «En 1981 tuve, seis meses, en la televisión peruana, un programa titulado La Torre de Babel». Mario Vargas Llosa realmente dirigió un programa en Panamericana Televisión en Lima con el mismo nombre en el mismo año. También las fechas de sus viajes a la Amazonia ya mencionadas antes son idénticas tanto en la novela como en la realidad». Pero esto se da no solo mediante la referencia a fechas y hechos específicos, sino desde, por decirlo de algún modo, la personalidad del propio narrador.

Puede parecer curioso que esparciendo en sus obras tantos detalles que guían al lector a identificar al narrador con el propio escritor, Vargas Llosa se sienta luego obligado a explicar que sus narradores no son él. Por ejemplo en este discurso dado por MVLL el 2015 ante la Universidad de Salamanca a propósito del Doctorado Honoris Causa que dicha universidad le otorgó, comenta: «aunque no lo parezca, el personaje principal de toda historia es siempre el narrador que cuenta la historia, y el narrador no es nunca el autor. El narrador es un personaje que crea el autor incluso en aquellas novelas en que el autor aparece con nombre y apellidos propios. Por ejemplo, en una novela mía que se llama La tía Julia y el escribidor, aparece un Varguitas, y muchos lectores creen que ese Varguitas soy yo de pies a cabeza. Y no, ese Varguitas es un personaje de la historia, aunque usurpe mi nombre y también algunas de mis experiencias biográficas».

También en un artículo recogido en el libro del año 1989, Dialogo Con Vargas Llosa de Ricardo Setti, se recalca la misma idea pero a propósito de El Narrador: “hay un narrador que, digamos, usurpa mi nombre y apellido, creo que ésta es la forma de decirlo, y que usurpa buena parte de mis experiencias vinculadas con la selva, pero también hay una multitud de invenciones y de fantasías. Este es un elemento para mí muy importante y difícil de captar para un lector: el narrador de una historia no es nunca el autor, aun cuando aparezca con el nombre, apellido y la propia vida del autor. Que siempre es una invención, que es siempre alguien en el que un autor se transforma, se traslada. El primer personaje que inventa un autor es, siempre, un narrador”.

Esta actitud podría decirse ambivalente queda explicada por Luz Ordóñez y Emilcen Pineda en su tesis de maestría: Configuración del universo mitológico de los Machiguengas en la novela «El hablador» de Mario Vargas Llosa, donde sustentan que: «En algunas ocasiones, y frente a la posibilidad de interpretar los textos, se cometen errores tan elementales como confundir al narrador con el autor de la novela. Quizá eso suceda porque en ocasiones, en los textos literarios, el límite entre el uno y el otro se vuelva un tanto invisible. Sin embargo, es preciso considerar que dicha situación puede presentarse como una herramienta estilística propia del autor. De ahí que sea importante recordar que el narrador sigue siendo parte de la ficcionalidad que el autor nos pone en evidencia y, que en ocasiones, como juego literario, se nos presenta de tal manera, que genere una especie de “trampolín de dudas” que no podríamos justificar puesto que identificar la verdadera razón que el autor tenga del porqué de esta estrategia, es poco probable saberla».

Pero ¿de qué va El hablador? veamos esto tratando de no espoilear la trama. José Andrés Rivas en un artículo titulado «El hablador de Mario Vargas Llosa: Querer escribir como hablo» analiza aspectos narrativos de la novela y menciona que:

En la novela hay dos narradores: uno de ellos se identificaría con el propio novelista y el otro sería un «hablador», un narrador ambulante de la tribu machiguenga. La intervención de ambos narradores es clara y ordenada: a cada uno de ellos le corresponde un capítulo o parte del relato. Los relatos se alternan. El narrador «civilizado» abre y cierra el libro. El narra las partes I, II, IV, VI y VII; el machiguenga, las tres restantes. Los relatos del «hablador» quedan entonces enmarcados, no sólo por estar en medio de los textos del «civilizado», sino por el usual juego de «cajas chinas» de la narrativa de Vargas Llosa: el narrador blanco cuenta su historia, pero en función del «hablador» machiguenga; el indígena, en cambio, cuenta la historia de los mitos, costumbres y creencias de él mismo y de su propia gente, ignorante de la presencia del otro narrador. El «civilizado» engloba al machiguenga; éste, sólo a su propio mundo.

Más adelante añade: «La estructura profunda de la novela no es la suma de ambas partes y el englobamiento por lo racional. Esa es sólo la apariencia exterior. La estructura profunda surge de la desaparición de las fronteras; del traslado de uno a otro territorio: el del permanente proceso del viaje».

Por otra parte John J. Junieles escribe en la revista literaria peruana El hablador, «En una primera lectura, critica la manera en la cual las sociedades modernas descalifican o atacan las tradiciones propias de pueblos, alejados de las leyes que éstas se han impuesto. Y es que esto último no es una razón válida para juzgar de manera arbitraria las costumbres y reglas que rigen los sistemas y modos de comportamiento propios de estos pueblos, mucho menos cuando el conocimiento de ellos resulta, muchas veces, deficiente y casi nulo para entenderlos de manera adecuada. Una segunda lectura brinda la posibilidad de entender el conflicto sociopolítico que quiere representar el texto, ya que el trasfondo del mismo nos lleva a pensar en la inminente desintegración de los nexos culturales entre las diversas sociedades. El hecho de ser diferente lleva a un desplazamiento social o a una lucha en contra de esa diferencia. De igual manera, la política social y de protección para los pueblos que no forman parte del poder dominante en una nación, llevan a que se les quiera reemplazar sus creencias, sus costumbres y sus ritos de acuerdo al pensamiento hegemónico o quienes “poseen” un alto grado de “civilidad”».

Luis Hernán Castañeda, escritor y crítico peruano ahonda en el tema de narrador y narración y escribe: «La novela encarna la problemática del acto de narrar en el vínculo que se establece entre el escritor y su criatura estelar, el narrador (un narrador-personaje, en este caso). Tenemos, entonces, a un primer narrador ficcional que imagina a un segundo narrador, y además le explica al lector cómo y por qué lo imaginó. La “ficción dentro de la ficción” inaugura una lógica de cajas chinas en la que se torna visible la fuerte vocación autorreflexiva de El hablador, un rasgo que dentro de cierta línea crítica ha motivado su caracterización como novela posmoderna».

Finalmente no me queda más que recomendar enfáticamente la lectura de esta novela. En lo personal cuenta con uno de los párrafos de inicio que más me han cautivado de entre las obras de MVLL, y la narración del propio hablador es una inmersión profunda en el mundo y la cosmología machiguenga. Suerte con la lectura.

El Hablador

En algunos de los antiguos posts desaparecidos de Surfing el Amazonas comenté sobre El Hablador, como tengo tendencia a repetirme, lo haré de nuevo, no sé si inconscientemente cite de memoria, en todo caso, nadie se va a acordar. Bueno, El Hablador, es prácticamente mi libro favorito de Mario Vargas Llosa, La Casa Verde es de lo mejor, La Tía Julia y el Escribidor y Pantaleón y las Visitadoras me resultaron muy jocosas, Conversación en la Catedral y La Guerra del Fín del Mundo siendo libros de mucha calidad no me producen ninguna reacción en particular, pero El Hablador, ah, lo releería todo el tiempo. Si no fuera por que existe El Pez en el agua, sería mi preferido indiscutible. Desde su ya creo famosa frase inicial, la novela me capturó por completo.

Vine a Firenze para olvidarme por un tiempo del Perú y de los peruanos y he aquí que el malhadado país me salió al encuentro esta mañana de la manera más inesperada.

Pero hay otro Hablador que también sabe captar muy bien la atención, se trata de la excelente El Hablador, Revista trimestral de Literatura que ya va por su edición número 7, correspondiente a Marzo 2005. Número que por cierto trae muy buenos artículos. Uno de Giancarlo Stagnaro sobre crítica literaria, análisis de las poéticas de Watanabe y de Eguren, una entrevista con el estudioso de la literatura peruana Birger Angvik, aparte de poesía, cuentos y reseñas de libros, pero el plato fuerte para mí, ha sido el artículo de José Andrés Rivas: El hablador de Mario Vargas Llosa: Querer escribir como hablo. Un profundo análisis del juego de historias y discursos del que se sirve MVLL para una vez más, exorcisar sus demonios interiores.

Rivas nos dice que a la vista del resto de su obra, se podría deducir que El hablador es sólo una narración circunstancial en la obra de Vargas Llosa. Una lectura más profunda y realizada desde otra perspectiva nos mostraría un perfil más singular: la historia, cuya obsesión lo persiguiera durante casi un cuarto de siglo, es la más completa metáfora de la autocontemplación de Vargas Llosa como novelista, y un profundo enjuiciamiento de su propia arte narrativa.

Perdido en su condición de hombre de nuestro tiempo, el narrador evoca con nostalgia aquel tiempo en que la palabra daba nombre a las cosas y podía crear el universo. Es la angustia del hombre civilizado, condenado a separar y entender, e incapaz de la inocencia del “hablador”. Efectivamente, tal como apunta Rivas, El Hablador trata entre otras cosas del poder de la palabra, que quizás es un poder perdido, y paradojicamente por esas cosas del destino, MVLL probaría en carne propia esto cuando lanzado a la campaña presidencial de 1990 la pierde ante un chinito que ni hablaba bien el castellano. ¿Porqué se lanzó? Quizás fue como el mismo MVLL recuerda en El pez en el agua que su esposa dijo: Fue la aventura, la ilusión de vivir una experiencia llena de excitación y de riesgo. De escribir en la vida real, la gran novela. ¿Quizás también de probar el poder de la palabra a otro nivel? ¿De transformarse el mismo en un hablador? Pero los resultados de esa aventura son otro (ingrato) tema.

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