Kuntur Ñahui era un hombre sabio, un quipucamayoc enviado por el Inca para evaluar y cuantificar las riquezas recientemente arrebatadas a los guacro. Se sentía muy fastidiado por este encargo. Acostumbrado a ser tratado con deferencia tanto por los sabios amautas del Yachaywasi como por el resto de ciudadanos cusqueños, no podía evitar sentirse nervioso frente a todos esos guacro de rostros ceñudos. Kuntur Ñahui no los entendía, ¡si eran casi unos salvajes! Deberían estar agradecidos por la presencia de los incas, que traerían al fecundo valle una paz duradera y próspero orden. Pero no, los guacro evidenciaban un profundo resentimiento que llegaba a los límites de la insolencia, la cual había sido oportunamente castigada. Los cadáveres destripados, exhibidos en su momento, habían constituido un excelente disuasivo para los descontentos. Kuntur Ñahui no se hacía ilusiones: los costeños eran así, resentidos y ladinos. Y no se explicaba cómo podían soportar ese clima y el olor salobre del mar.
Daniel me explica que el pueblo «guacro» no existe, sin embargo, en Cañete existió efectivamente un pueblo llamado «guarco», con una ciudadela en Cerro Azul (antes de la llegada de los surfistas), y que «soportaron» la dominación incaica como muchos otros pueblos.
El cuento está realmente bastante bien logrado y recomiendo su lectura entusiastamente, puede que tenga sus fallas, pero eso no quita que se reconozca el esfuerzo en encontrar un tema netamente peruano para idear una pequeña fantasía histórica. Haciendo click acá pueden acceder al texto completo del mismo.
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