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Viaje Iquitos – Yurimaguas por río, 3

Lo que sigue es la tercera y última parte de un relato del viaje que hice en la ruta Iquitos – Yurimaguas por río. Lo escribí en la misma embarcación, cada noche de las que pasé en ella. Me embarqué un lunes por la tarde y llegué un jueves por la mañana. En total son tres partes, la primera la encuentran acá, la segunda acá. Para no hacer el texto más aburrido de lo que ya es, lo acompaño de algunas de las fotos que fui tomando en el trayecto. El texto ha sido copiado tal cual figura en mi cuaderno. Esto sucedió entre el 4 y el 7 de enero de este año.

En los primeros viajes que hice me preocupaba mi destino y las personas que conocería o volvería a ver. Luego me preocupaba si el recorrido sería bueno y quienes serían mis compañeros de viaje. Ahora me intereso por saber si la ruta será segura y por comunicarme con quienes dejo atrás.

Todo viaje se vuelve un microcosmos en sí, pero los viajes en lancha por río, me parecen que son un ejemplo aún mayor de un universo cerrado que los viajes por tierra. Claro que las percepciones de los distintos viajeros varían, pero por lo que he visto algunos ni se dan cuenta de estar inmersos en eso. O lo aceptan y ya. Enantes, mientras hacía la cola del almuerzo, que se demoró espantosamente, un individuo se quejó de que no tenía todo el tiempo del mundo para estar esperando. Me reí por dentro, por que pensé que precisamente tiempo era lo que le sobraba, nos sobraba, a bordo.

La rutina de las comidas es lo que manda en la vida en la lancha. La gente empieza a hacer cola desde una hora antes de la programada, y todo el proceso de entrega de cada comida dura como dos horas. A veces pareciera que la gente sólo vive para comer, y en realidad, junto con dormir y charlar, son las principales actividades a las que la gente que viaja se dedica. Son pocos los que están por ahí, observando el paisaje o tomando fotos, o las dos cosas a la vez, como es mi caso, o leyendo, o alguna otra cosa.

La cola del desayuno de ayer, que fue tan auspiciosa, no constituyó más que una ilusión destinada a embaucarme. La del almuerzo y la cena de ese mismo día, y las tres de hoy, fueron largas, tediosas, llenas de olores no recomendables y llantos y gritos de críos insoportables y de sus madres en ocasiones histéricas y las más de las veces demasiado permisivas. Ok, no me simpatizan mucho los niños en general, así que mi opinión es parcializada. Pero tengo derecho a decirla.

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Lo único que aparte de las comidas altera la calma chicha del viaje son las paradas para recojer / dejar pasajeros / carga. Si el pueblo en el que nos detenemos es más o menos grande, sube una nube de vendedores a ofrecer una gran variedad de productos alimenticios. Haciendo un ejercicio de la memoria, puedo decir que he visto ofrecer juanes, pescado frito, pescado asado, zapote, pifayo, taperiba, limón dulce, aguaje, masato, carne de monte, pescado pango, maíz, etc. Si el pueblo no es grande, piña pues, por que los viajeros no podrán adquirir algo con que aprovisionarse para paliar la rala y algo desabrida ración de la lancha.

Conversando con uno de los pasajeros, un inglés llamado Oliver, me decía que no sólo estaba de hambre, el inglés tenía como metro noventa de estatura, así que podía entenderlo, si no que tenía la sensación de que todo pasaba muy lento, y encima no tenía nada que hacer. En cambio Alex, un francés, parecía tomarse las cosas con más calma, claro que el viajaba acompañado, así que cierta diferencia había, pero creo que la actitud también importa.

Anoche dormí mejor que la noche anterior, y el día de hoy ya no fue nublado si no bien soleado. En cuanto a las comidas, nada digno de mencionar, salvo que el almuerzo me cayó un poco pesado hoy. Creí que se solucionaría con un sueñito, pero no. La solución más al alcance de mi mano en este caso era tomar una Coca Cola, pero cuando fui a la bodega me chotearon mi billete de a cien. Sin embargo el que atendía me sugirió que lo cambie con la boletera, así que me puse a buscarla.

La encontré en las escaleras y le pedí que me hiciera el favor. Ya un rato antes la había visto ofreciendo los pasajes de los buses de la compañía para los pasajeros que continuarían la ruta hasta Tarapoto. A quince soles cada pasaje. Dicen que el servicio normal está a veinticinco. Bueno, ya sencilleado regresé a la bodega y a falta de Coca Cola me compré una Lima-Limón. Felízmente hizo el efecto deseado y el resto del día ya lo pasé bien. Esperando el atardecer.

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Puede parecer tonto, pero uno de los alicientes del viaje era la posibilidad de poder tomar fotos a los atardeceres en el río. Pero ayer los colores del cielo me fueron esquivos pues al sol no se le vio en ningúm momento. Hoy sin embargo la tarde con un cielo despejado y un astro rey radiante, era por demás prometedora. Así pues a eso de las cinco y media yo ya me encontraba posicionado al lado izquierdo de babor con la mejor vista disponible del sol. Pero la trayectoria del río y de la nave, me obligaron a perseguir al atardecer de izquierda a derecha. Aproximadamente a las seis y cuarenta, cuando las luces se atenuaron, terminé de disparar casi con una sonrisa en el rostro. Era hoy o nunca, pues el viaje concluye mañana, mucho antes del atardecer.
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Luego de eso, y la cena, la siguiente cosa más importante a esperar era la llegada a Lagunas. No por si misma si no por que en esa ciudad hay señal de celular y podría comunicarme con mi gente. Debido a que una buena cantidad de pasajeros bajaría en Lagunas, la cola para la cena fue corta. Aunque no mejoró en cantidad, tal como se había especulado. Terminado lo de la cena seguíamos aún esperando llegar a Lagunas, pero desde antes, más o menos desde un cuarto para las ocho ya había señal en mi celular. A eso de las ocho finalmente llegamos a Lagunas. Lo cual significaba que a las ocho de la mañana del día siguiente estaríamos arribando a Yurimaguas.

Entre tanto la rutina del viaje se mantiene. La gente se baña, charla y sigue comiendo. Pero los más duermen. Yo escribo mientras a mi costado en el comedor, dos chicas charlan trivialidades con dos patas. Las trivialidades incluyen la salida de uno de los patas con una de las bailarinas de uno de los grupos más populares de Iquitos por doscientos soles, todo incluido. No es la primera vez que lo oigo, pero no lo puedo corroborar, tampoco me interesa hacerlo. Ser consciente de la rutina del viaje y la burbuja temporal en la que nos hemos sumergido debido a el me da una perspectiva externa y alejada. Estoy en la burbuja y a la vez puedo verme desde fuera de ella. Pero no puedo apurar el tiempo. El viaje continúa. Me sumerjo en la rutina. Dormiré.

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En la última foto se aprecia Yurimaguas al fondo. El fín de ese tramo de mi viaje. Todas la fotos del mismo las pueden hallar acá.

Viaje Iquitos – Yurimaguas por río, 2

Lo que sigue es la segunda parte de un relato del viaje que hice en la ruta Iquitos – Yurimaguas por río. Lo escribí en la misma embarcación, cada noche de las que pasé en ella. Me embarqué un lunes por la tarde y llegué un jueves por la mañana. En total son tres partes, la primera la encuentran acá. Para no hacer el texto más aburrido de lo que ya es, lo acompaño de algunas de las fotos que fui tomando en el trayecto. El texto ha sido copiado tal cual figura en mi cuaderno. Esto sucedió entre el 4 y el 7 de enero de este año.

Su pie enfundado en una media blanquísima acaricia mi rostro. No se si hemos discutido pero no lo parece, sin embargo no me siento cómodo con su presencia. Luego ella empieza a saltar en mi cama. Trato de no mirarla. Me recuerda tanto a otra chica que solía hacer lo mismo cuando nuestra relación empezaba que prefiero evitar ese recuerdo. No por doloroso si no por lo injusto de inconscientemente comparar algo que ya está en su ocaso con la mejor época de otra relación. Luego ella se detiene y me llama para que suba y vea un insecto posado en la pared. Lo hago y me acerco a mirar. Es un bicho curioso. Algo así como un saltamontes gordo y de múltiples tonos cromados. Mientras lo observo ella se pega a mi. Con el rabillo del ojo puedo ver su delgado cuerpo desnudo, su piel pálida y pecosa. Siento su calor y me pregunto qué hago ahí con ella si ya todo había terminado entre nosotros. Tan débil no soy. Entonces la realidad se impone. Despierto. Estoy navegando por el Amazonas rumbo a Yurimaguas. Ella se ha quedado atrás.

Logré dormir y descansar. Pero no fue tan fácil. La hamaca resultó algo chica y quizás templada demasiado baja. Pero desatarla y volverla a templar no me pareció una opción muy agradable, principalmente por que había poco sitio para maniobrar pues la mayor parte de la gente descansaba ya en sus propias hamacas y había harto equipaje por todo lado. Así pues sólo quedaba acomodarse lo mejor posible, cerrar los ojos y confiar en el cansancio del cuerpo.

Al rato de estar así descubrí que sudaba. La hamaca a mi izquierda estaba ocupada por una chica un poco voluminosa y su proximidad me daba calor, aparte de incomodarme claro. A mi derecha un señor también algo corpulento descansaba a pierna suelta y cuando se acomodaba sus codos chocaban conmigo pues yo yacía un poco más abajo que él.

Sentí deseos de ir al baño y al regresar me acomodé al revés, pensando que sería una solución, pero fue todo lo contrario. La gorda estaba más cerca mío así y el calor y la incomodidad eran mayores. No lo soporté y al cabo de un rato, luego de haber cabeceado y despertarme sudando regresé a mi posición anterior. Por algún motivo que desconozco, quizás sólo el sueño, rápidamente me dormí de nuevo. Al rato me despertaron las voces de los controladores que estaban chequeando los boletos de los pasajeros, o de algunos de ellos pues si bien me pidieron el mío, nunca lo revisaron. Cuando vi que ya no regresarían, cerré los ojos y me dormí.

A la siguiente ocasión que desperté percibí tanto una ligera claridad como el trajín de los pasajeros yendo al baño. Prendí el celular, eran las cinco y treintaicinco de la mañana y había señal. Quise seguir durmiendo pero ya se me hizo imposible. Me desperecé y levanté. Luego de sacar mi cepillo y pasta dental esperé un momento antes de poder acceder a un caño. Había gente con aspecto de recién levantados por todos lados. Ya en el baño descubrí un par de carencias, en realidad tres. No tenía jabón, shampoo ni toalla. Me sentí un mal viajero, sobre todo por que no era la primera vez que hacía este tipo de viaje. Pero las lamentaciones no conducen a nada. Me lavé la cara lo mejor posible, me mojé el cabello y ya de regreso en mi sitio me sequé con la hamaca.

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Luego de ordenar mis cosas salí a dar una vuelta hasta la proa. Ahí encontré a mi vecino de hamaca quien comentaba que hacía un rato nomás habíamos pasado la confluencia del Marañón con el Amazonas, o Ucayali en esta parte de su curso. Aún se podía percibir a lo lejos, a pesar de lo nublado del amanecer, la diferencia en el color de las aguas. Ambas marrones, pero las del Ucayali con un tono más oscuro. Me quedé ahí un rato charlando, observando y tomando fotos, pero al empezar a ver la gente pasar con su taper fui por el mio para el desayuno. Sin embargo lo extenso de la cola me disuadió de esa idea. Así que me puse a charlar nuevamente con el vecino que también había regresado a su hamaca.A las seis y treinta avistamos las cercanías de Nauta y mi hambre era mayor, por lo que cogí de nuevo mi taper, bajé y me puse al final de la cola que aún seguía siendo larga. No avanzaba muy rápido que digamos pero no resultó desagradable hacerla debido a la presencia inmediatamente delante mio de una chica que parecía que se había bañado con un litro de shampoo, pues dicho olor me llegaba nítidamente, aunque seguro esto tenía su razón en la extrema proximidad que manteníamos debido a lo compacta que iba la cola.

Faltando un par de personas para llegar a la cocina, el cocinero que la hacía de controlador me pidió mi taper y mi boleto del pasaje. Hizo una marca en este último y me lo devolvió, pasando luego el taper a la cocina. Al rato llamaron desde la cocina: «¡El taper rojo!» y me tuve que adelantar para recibirlo conteniendo una tazada de quaker y recibir también dos panes que luego descubrí estaban levemente untados con mantequilla. Con todo esto subí a mi piso y me instalé en el comedor para desayunar. Supongo que no era una mantequilla de calidad, y el quaker creo que era de arroz en vez de avena, pero no estaba para nada desagradable. Algunos, como mi vecino, lo habían reforzado con un juanecillo de los que ofrecían los vendedores que habían subido en Nauta apenas la nave atracó. Yo, sin posibilidad de hacer eso, no miré mucho para no antojarme y una vez finalizados mis alimentos fui a lavar mi taper al baño.

Estando ahí y mientras intentaba limpiar mi taper sólo con el agua, la señora que estaba en el caño contiguo de pronto hizo el gesto de ofrecerme su taper, por un instante me desconcerté, pero luego entendí que de lo que se trataba era que podía lavar mi taper con el agua con detergente que estaba en el suyo. Extendí mi taper y la señora vaceó el agua en él. Lo refregué bien con esa gabaza y luego lo enjuagué con agua limpia. Me retiré pensando que definitivamente hay gente que viaja con todos sus implementos. Yo con una mochila me sobra y me basta, pero claro, luego ando en problemas.

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De regreso en mi hamaca chequeé la hora. Eran casi las ocho. Un cuarto de hora antes habíamos dejado Nauta y ya nos encontrábamos surcando de nuevo el Marañón. Me agarró un poco de sueño y decidí cerrar los ojos un rato. Cuando desperté había pasado más de media hora. La mañana seguía algo nublada, el cielo cubierto y sin sol. La gente andaba en sus cosas, algunos charlando, otros deambulando por ahí, otros simplemente descansando.

Cogí mi cuaderno y fui al comedor a hacer algunos apuntes. Para mi mala suerte ni bien me senté el lugar se llenó de gente con biblias. Al rato empezaron a leer en voz alta y luego a cantar. Tuve que hacer acopio de toda mi concentración para poder continuar y terminar de escribir lo que quería. Mientras escribía lo último concluyeron su sesión religiosa y se fueron. A los pocos segundos pude cerrar mi cuaderno.

El resto del día la pasé socializando ¿Qué otra cosa se puede hacer? Además en estos viajes siempre hay personas dispuestas a iniciar una charla con alguien desconocido. Y la posibilidad de enterarse de cosas interesantes está siempre latente. Incluso a veces hasta se termina descubriendo que conocen a alguien en común. Por supuesto a mi el paisaje siempre termina capturándome. La búsqueda de algo no antes visto, de un paraje fotografiable. Puedo pasar horas en eso.

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La nave va pegada al margen derecho del río, según el sentido en el que voy. La orilla es de un verde interminable que se funde con el marrón algo verdoso y fluyente de las aguas. Recuerdo mi sueño, esa extraña dimensión donde todos los recuerdos, ideas y deseos fluyen y convergen convirtiéndose en algo como esta gran masa de agua, oscura, misteriosa y eterna. No conozco a una de las chicas del sueño, pero la recordaba en él. El amor es eterno y fluye también pero los amantes son solo peces entre el conocimiento que les rodea. Nunca podrán tenerlo todo.

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El relato continúa en:

Viaje Iquitos – Yurimaguas por río, 3

Viaje Iquitos – Yurimaguas por río, 1

Lo que sigue es un relato del viaje que hice en la ruta Iquitos – Yurimaguas por río. Lo escribí en la misma embarcación, cada noche de las que pasé en ella. Me embarqué un lunes por la tarde y llegué un jueves por la mañana. En total son tres partes. Para no hacer el texto más aburrido de lo que ya es, lo acompaño de algunas de las fotos que fui tomando en el trayecto. El texto ha sido copiado tal cual figura en mi cuaderno. Esto sucedió entre el 4 y el 7 de enero de este año.

Ella siempre me da lo que quiero, a veces me da lo que necesito y no lo que quiero, pero la entiendo, se preocupa por mi, me protege. Pero a pesar de eso soy un amante malagradecido. Una vez satisfecho mi deseo ya me siento incómodo en ella y quiero abandonarla. Sus favores no me encandilan más, sus ofrecimientos los rechazo. Mi mente ya está enfocada en la siguiente conquista. Vamos por ella.

Llegué al puerto de Masusa a comprar mi pasaje a Yurimaguas a eso de las 2.20. Al toque ubiqué al «Eduardo» que salía ese mismo día por su pizarra con el «HOY» escrito en ella. Cuando estaba entrando a la embarcación unos llamadores se acercaron para preguntarme cuanto quería pagar, no solté prenda, pero igual me llevaron con el encargado de vender los pasajes: 50 soles primer o segundo piso. Hay gente que paga menos, pero va en la plataforma de carga, bastante incómodo supongo. Pagué y una vez que me dieron mi recibo fui al segundo piso a ver que tan lleno estaba. Ya había hamacas colgadas pero espaciadas, y algunas personas en ellas. Bajé y regresé a la ciudad a alistar mis cosas.

Ya con mi mochila lista y mi hamaca, reparé que no tenía nada con que abrigarme, ni siquiera una casaca, así que fui a buscar algo y me prestaron una colcha que supuse me protegería del frío y el viento de las noches y madrugadas en el río. Tenía que hacer otras diligencias más de último minuto, y como me habían dicho que la lancha saldría a las 6pm, y claro, nunca son puntuales, me confié. Craso error ¿o era ella que quería retenerme?. Llegué al puerto a las 5.05pm y nada más acercarme a la zona donde estaba acoderada la Eduardo IV, llegaron a mi encuentro los llamadores de otra embarcación diciendo que ya no había espacio ahí y que fuera con ellos a otra lancha. Miré a la Eduardo y se veia llena, pero pensé que sería debido, en parte, a la gente que acude a despedir a sus familiares.

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Cuando subí a la nave pude darme cuenta que realmente estaba llena. Abriéndome paso a duras penas entre viajantes, sus acompañantes y los infaltables vendedores, llegué al segundo piso sólo para comprobar que estaba casi abarrotado. Alcancé el otro extremo o popa, que es donde se ubica el comedor, y sólo me quedó poner mi mochila en el piso, cerca a donde había un pequeño espacio, y ver que se podía hacer. Lo que ví, para mi mala suerte, fue que el pequeño espacio era en realidad el único para acceder a la escalera interna al primer piso.

Ahí estaba yo, casi desolado y evaluando la perspectiva de pasar la noche sentado en el piso de metal, cuando un poco más allá uno de los pasajeros me dijo si le podía cuidar sus cosas un momento, mientras desamarraba su hamaca. Al parecer había encontrado un amigo en el primer piso y se iba para allá. Rápidamente saqué mi hamaca… sólo para encontrarme con que la cuerda para atarla estaba entera… o me habían dado sólo una. De cualquier manera había que partirla. Por supuesto no tenía cuchillo ni ningún otro objeto cortante. Niño scout no fuí.

En esas estaba cuando un muchacho con el que había intercambiado algunas palabras me dijo que si gustaba iba a la cocina del otro piso para que la partieran, con algo de desconfianza se la dí y al ratito regresó con la cuerda en dos pedazos. Acto seguido, procedí a atar mi hamaca lo mejor que pude, pues tampoco fui marinero ni experto en nudos. La probé sentándome en ella y jalando los extremos amarrados un par de veces a fin de no despertarme a media noche de un buen golpe en el piso. Terminado esto me puse a pensar en otras cosas y de pronto el voceo de un vendedor me hizo percatarme de un olvido mío: no tenía taper para la entrega del rancho ni cubiertos para comerlo. Definitivamente el apuro no es un buen consejero antes de un viaje.

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Estaba yo viendo a quien encargarle mi mochila para ir a comprar lo que me faltaba cuando por el techo de la embarcación contigua se acercó un vendedor ofreciendo entre otras cosas, cucharas. Al toque lo llamé y compré una por un sol. Luego me ofreció tapers, «pero no tienes» le dije, pues en su cajita de venta no se veían. Ni corto ni perezoso llamó a otro vendedor que estaba en el piso de abajo de la embarcación donde se encontraba y éste se acercó y por la ventana le alcanzó un taper rojo. «Dos soles». Pagué y pensé que ya tenía un problema menos, sólo para caer en  la cuenta que otro acababa de aparecer. Me quedaba solamente un sol en monedas y luego billetes grandes. En teoría no tendría por que ser un problema, pero nunca se sabe.

A todo esto ya eran más de las cinco y media de la tarde y seguía llegando más gente a la embarcación. Dejé encargado mi sitio con mis cosas y fui a proa para tomar unas fotos y de pronto, a las seis, la lancha empezó a moverse. Quedé sorprendido por la inusual puntualidad, pero todo fue una ilusión. La lancha sólo hizo un corto trayecto hasta el vecino puerto Henry para que embarcaran un contenedor y otras cargas de peso con la grúa. Cuando salimos de ahí ya había oscurecido, pero las siete nos dieron en el puerto de ENAPU donde la nave se había detenido nuevamente para la inspección y presentación de documentación de rutina.

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Después de todo este proceso la nave por fin inició ruta más o menos a las siete y media, que es la hora a la que había salido en otras oportunidades pero sin las paradas de esta ocasión. Me arrecosté en mi hamaca para enviar unos sms antes que la señal desapareciera cuando sentí un ramalazo de hambre en mi interior, y fue entonces que caí en la cuenta que la falta de sencillo sí sería un problema. No se reparte comida en estas embarcaciones el día de salida. Y la cocina del piso estaba vacía. Maldije para mi mismo y me resigné a pasar hambre.

Como a la media hora sentí un olor a comida y me pareció que procedía del piso inferior. Fui a averiguar y vi varias personas comiendo. Averigué y me dijeron que vendían comida. El juane a dos soles y el huevo a sol. Pagar por un simple huevo duro un sol me pareció caro, pero era lo único que mi bolsillo podía permitirse que a la vez mitigara el hambre que se hacía sentir ya más fuerte. Sin ninguna esperanza le pregunté al cocinero si el huevo salía solo. «No», me dijo, «Viene con su arroz». Ok. Arroz con huevo duro no es la mejor comida del mundo pero les aseguro que cuando hay hambre se pueden comer cosas peores. Saqué mi único sol y pagué. Al ratito me sirvieron lo pedido y me preguntaron si quería sal. «Claro» contesté. En la mesa había una jarra de refresco y vasos. Me serví y devoré hasta el último grano de arroz en breves instantes. Por lo menos el arroz no estuvo mazacotudo, debo admitirlo.

Ya un poco satisfecho y luego de ir al baño, me senté en el vacío comedor pero acompañado por muchos insectos voladores, a escribir mi relato del viaje hasta ese momento, las ocho y treinta más o menos. A las nueve y treintaiocho lo di por terminado y me dispuse a pasar una buena noche. El resplandor de la ciudad había dejado de percibirse ya buen rato atrás. Algo de nostalgia acudió a mi al tomar conciencia del alejamiento. Adios Iquitos, hasta que te extrañe de nuevo.

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